Luis era un joven
ejemplar. Tanto en su casa como en la escuela se portaba bien. Sus profesores
lo ponían de ejemplo al aconsejar a los demás alumnos. –Deberían ser como Luis
–decían a los compañeros de él, cuando no habían cumplido bien sus tareas.
Sus padres estaban
contentos por tener un hijo tan bueno. Ayudaba a su mamá con los quehaceres
diarios sin quejarse. No era mentiroso ni mal educado.
LUIS FUE ATROPELLADO
Un día pasó algo muy triste. Luis fue
atropellado por un auto al salir de la escuela. El accidente fue tan grave que
tuvieron que llevarlo directamente al hospital en ambulancia. Apenas llegó, una
enfermera trató de ubicar a sus padres, los cuales al saber lo ocurrido, se
apuraron para llegar cuanto antes a la cama de su hijo. Su madre lloraba de
pena y de susto. ¡Pobre Luis! Estaba gravemente herido, y parecía que en
cualquier momento iba a morir.
«NO ESTOY PREPARADO»
Mientras su madre lloraba a su lado, Luis
abrió los ojos. Al ver a sus padres y a los médicos que estaban examinándolo,
se dio cuenta de su situación. –Voy a morir –susurró débilmente–. Voy a morir y
no estoy preparado para encontrarme con Dios. –No digas eso, hijo –le contestó
su madre entre lágrimas–. Tú te has portado siempre muy bien. Has sido un
muchacho bueno. Dios tiene que recibir a una persona como tú. Vas a sanar,
hijo. No pienses en la muerte. Su madre lloraba aún más al consolarlo.
LA VISITA DEL PASTOR
Luis insistió en que no estaba preparado para
morir, y pidió que mandaran a llamar al pastor de la iglesia donde él asistía a
la escuela dominical. Al llegar el pastor, Luis le expresó su preocupación.
–Voy a morir y no estoy preparado. He tratado de portarme bien, y ser un hijo
obediente, pero sé que no es suficiente delante de Dios. –Tienes razón –le
contestó en voz suave el pastor, a la vez que abría su Biblia–. La Palabra de
Dios nos dice que todos somos pecadores. Necesitamos el perdón de Dios. Con
palabras sencillas el pastor le explicó a Luis el camino de la salvación.
Leyeron juntos varios versículos de la Biblia. Luis los conocía muy bien, pues
había asistido durante varios años a la escuela dominical. A pesar de haber
escuchado muchas veces el evangelio, había rechazado a Jesús. Se excusaba
diciendo que su vida era mucho mejor que la de aquellos que se llamaban
cristianos.
LUIS ACEPTA A JESÚS
Pero ahora, cuando se
dio cuenta de que iba a morir, sabía que no había excusa válida. Pidió a Dios
que le perdonara su gran pecado: el haber rechazado a Cristo. Al escuchar la
sincera oración de Luis, sus padres también reconocieron su necesidad de la
salvación, y allí mismo, junto al lecho de muerte de su querido hijo,
entregaron su vida al Señor Jesús. Momentos más tarde, Luis cerró sus ojos por
última vez. Se fue para estar con Jesús en el cielo. Los padres de Luis sintieron
un gran dolor. Habían perdido a un hijo muy ejemplar; pero el pastor los
consoló, diciéndoles que un día volverían a ver a Luis en el cielo.
LA SALVACIÓN ES POR GRACIA
Luis no había ganado su entrada al cielo por
ser un muchacho ejemplar, sino Jesucristo le había abierto el camino, y Luis lo
había aceptado.
Dios los salvó por su gracia
cuando creyeron. Ustedes no tienen ningún mérito en eso; es un regalo de Dios.
La salvación no es un premio por las cosas buenas que hayamos hecho, así que
ninguno de nosotros puede jactarse de ser salvo.
Efesios 2:8, 9
Tomado de La
Perlita» con Tía Margarita http://misperlitas.wordpress.com
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