Santiago
3:13-18 (La sabiduría que viene de lo alto)
Había una
vez un príncipe que era muy injusto. Aunque parecía un perfecto príncipe, guapo,
valiente e inteligente, daba la impresión de que al príncipe Lapio nunca le
hubieran explicado en qué consistía la justicia. Si dos personas llegaban
discutiendo por algo para que él lo solucionara, le daba la razón a quien le
pareciera más simpático, o a quien fuera
más guapo, o a quien tuviera una espada más chula. Cansado de todo aquello, su
padre el rey decidió llamar a un sabio para que le enseñara a ser justo.
Llévatelo,
mi sabio amigo-‐dijo el rey-y que no vuelva hasta que esté preparado para ser un rey
justo.
El sabio
entonces partió con el príncipe en barco, pero sufrieron un naufragio y
acabaron los dos solos en una isla desierta, sin agua ni comida. Los primeros
días, el príncipe Lapio, gran cazador, consiguió pescar algunos peces.
Cuando el
anciano sabio le pidió compartirlos, el joven se negó. Pero algunos días
después, la pesca del príncipe empezó a escasear, mientras que el sabio
conseguía cazar aves casi todos los días. Y al igual que había hecho el
príncipe, no los compartió, e incluso empezó a acumularlos, mientras Lapio
estaba cada vez más y más delgado, hasta que finalmente, suplicó y lloró al
sabio para que compartiera con él la comida y le salvara de morir de hambre.-‐Sólo los
compartiré contigo-‐dijo el sabio-‐si me muestras qué lección has aprendido
Y el
príncipe Lapio, que había aprendido lo que el sabio le quería enseñar, dijo:-‐La
justicia consiste en compartir lo que tenemos entre todos por igual.
Entonces
el sabio le felicitó y compartió su comida, y esa misma tarde, un barco les
recogió de la isla. En su viaje de vuelta, pararon junto a una montaña, donde
un hombre le reconoció como un príncipe, y le dijo.-‐
Soy Maxi,
jefe de los maxiatos. Por favor, ayudadnos, pues tenemos un problema con
nuestro pueblo vecino, los miniatos. Ambos compartimos la carne y las verduras,
y siempre discutimos cómo repartirlas.-‐Muy fácil,-‐respondió
el príncipe Lapio-‐
Contad
cuantos sois en total y repartid la comida en porciones iguales. -‐dijo,
haciendo uso de lo aprendido junto al sabio.
Cuando el
príncipe dijo aquello se oyeron miles de gritos de júbilo procedentes de la
montaña, al tiempo que apareció un grupo de hombres enfadadísimos, que
liderados por el que había hecho la pregunta, se abalanzaron sobre el príncipe
y le hicieron prisionero. El príncipe Lapio no entendía nada, hasta que le
encerraron en una celda y le dijeron:-‐
Habéis
intentado matar a nuestro pueblo. Si no resolvéis el problema mañana al
amanecer, quedaréis encerrados para siempre.
Y es que
resultaba que los Miniatos eran diminutos y numerosísimos, mientras que los
Maxiatos eran enormes, pero muy pocos. Así que la solución que había propuesto
el príncipe mataría de hambre a los Maxiatos, a quienes tocarían porciones
diminutas.
El
príncipe comprendió la situación, y pasó toda la noche pensando. A la mañana
siguiente, cuando le preguntaron, dijo:-‐
No hagáis
partes iguales; repartid la comida en función de lo que coma cada uno. Que
todos den el mismo número de bocados, así comerán en función de su tamaño.
Tanto los
maxiatos como los miniatos quedaron encantados con aquella solución, y tras
hacer una gran fiesta y llenarles de oro y regalos, dejaron marchar al príncipe
Lapio y al sabio. Mientras andaban, el príncipe comentó:-‐He
aprendido algo nuevo: no es justo dar lo mismo a todos; lo justo es repartir,
pero teniendo en cuenta las diferentes necesidades de cada uno.
MANUALIDAD:
Escribir
el versículo 18 de Santiago 3 en el fruto que se prefiera
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