Por John Maxwell
Muchas veces nuestros problemas nos alejan de Jesús en vez de
acercarnos a Él. La renovación comienza cuando nos concentramos en el poder
de Dios y no en nuestros problemas.
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La actitud es un sentimiento
interior expresado en la conducta. Es por eso que a la actitud se la ve
sin decir una sola palabra. ¿No hemos visto la cara hundida del
malhumorado, o la mandíbula saliente del decidido? De todas las cosas que
usamos, nuestra expresión es la más importante.
La Biblia nos enseña que «Jehová no mira lo que
mira el hombre; pues el hombre mira lo que está delante de sus ojos, pero
Jehová mira el corazón» (1 Samuel 16:7). «Engañoso es el corazón más que
todas las cosas y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9).
Estas declaraciones expresan nuestra incapacidad
para saber con seguridad cuáles son las emociones que hay dentro de
alguien. Pero pese a que no podemos juzgar a otros por su expresión
interior, muchas veces las manifestaciones exteriores son «una ventana del
alma». Una persona que lanza «una mirada que mata», con toda probabilidad
no está cantando en su interior «Algo bueno te va a suceder».
Hechos 20 cuenta que Pablo se detuvo en Mileto y
llamó a los ancianos de Éfeso.
Estos hombres se reunieron y escucharon el
discurso de Pablo. El futuro era incierto y su líder les dijo: «Ahora, he
aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin saber lo que allá me ha de
acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades me da
testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones» (vv. 22,
23).
Pablo exhortó a estos líderes de la iglesia para
que apreciaran el trabajo que había comenzado. Interiormente fueron movidos a
compasión por el hombre que los había disciplinado. Su actitud amorosa se
manifestó en una muestra visible de afecto: «Cuando hubo dicho estas
cosas, se puso de rodillas, y oró con todos ellos. Entonces hubo gran llanto
de todos; y echándose al cuello de Pablo le besaban, doliéndose en gran
manera por la palabra que dijo, de que no verían más su rostro. Y le
acompañaron al barco» (vv. 36–38).
Como la actitud se expresa con frecuencia en
nuestro lenguaje corporal y se nota en la expresión de nuestro rostro,
puede ser contagiosa. ¿Han notado lo que sucede a un grupo de gente
cuando una persona, por su expresión, revela una actitud negativa? O, ¿han
notado el estímulo que reciben cuando la expresión facial de un amigo
muestra amor y aceptación?.
La presencia de David y la música que tocaba alegró
a un atormentado rey Saúl. La Biblia nos dice que: «El Espíritu de Jehová se
apartó de Saúl, y le atormentaba un espíritu malo de parte de Jehová» (1
Samuel 16:14). Se les dijo a sus siervos que buscaran a alguien que
pudiera elevar el espíritu del gobernante. Trajeron a David al palacio y Saúl
«le amó mucho[…] Y Saúl envió a decir a Isaí: Yo te ruego que esté David
conmigo pues ha hallado gracia en mis ojos. Y cuando el espíritu malo de
parte de Dios venía sobre Saúl, David tomaba el arpa y tocaba con su
mano; y Saúl tenía alivio y estaba mejor, y el espíritu malo se apartaba
de él» (vv. 21–23).
A veces la actitud puede simularse exteriormente
engañando a los demás. Pero por lo general este fingimiento no dura
mucho. La actitud siempre trata de aflorar.
Mi padre disfruta contando la historia del niño de
cuatro años a quien le dio una rabieta.
Después de reprenderle su madre le dijo: «Hijo, ¡ve
a esa silla y siéntate, ahora mismo!» El pequeño fue a la silla, se sentó
y dijo: «Mamá, estoy sentado en la silla por fuera, pero estoy de pie por
dentro».
¿Le ha dicho eso a Dios alguna vez? Todos hemos
experimentado un conflicto interno parecido al que Pablo expresa en
Romanos 7: “Porque no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, eso hago[…]
pero veo otra ley en mis miembros, que se revela contra la ley de mi
mente, y que me lleva cautivo a la ley del pecado que está en mis
miembros. ¡Miserable de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?
Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro. Así que, yo mismo con
la mente sirvo a la ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado
(vv. 19, 23–25).
¿Parece familiar? Cuando un cristiano sincero me
pide ayuda en su vida espiritual, siempre le hablo de la obediencia. La
sencillez de "Para andar con Jesús", ese gran himno de
James H. Sammis, señala la importancia de nuestra actitud obediente en
nuestro crecimiento espiritual.
"Para andar con Jesús no hay senda mejor
que guardar sus mandatos de amor. Obedientes a Él siempre habremos
de ser Y tendremos de Cristo el poder. Obedecer, y confiar en Jesús es la
regla marcada para andar en la luz".
Mi corazón fue tocado por las palabras de
María, la madre de Jesús cuando dijo: «Haced todo lo que os dijere (Juan
2:1–8).
Lo que Jesús te diga, hazlo, aunque…
1. No estés en el «lugar
apropiado» (v. 2)
Estaban en una boda y no en una iglesia cuando Jesús realizó este
milagro. Algunas de las más grandes bendiciones de Dios estarán en «otros
lugares», si somos obedientes a Él.
2. Tengas muchos problemas (v. 3)
Se les había acabado el vino. Muchas veces nuestros problemas nos alejan
de Jesús en vez de acercarnos a Él. La renovación comienza cuando nos
concentramos en el poder de Dios y no en nuestros problemas.
3. No estés animado (v. 4)
Jesús les dijo a los que estaban en la boda: «Aún no ha venido mi hora».
En vez de desanimarse por estas palabras María todavía esperaba un
milagro.
4. No hayas caminado mucho con Él (v. 5).
Los criados que obedecieron a Jesús apenas le conocían, y los discípulos
recién habían comenzado a seguirle. Pero se esperaba que obedecieran.
5. No le hayas visto hacer
milagros en tu vida.
Este fue el primer milagro de nuestro Señor. En
esta ocasión, las personas tuvieron que obedecerle sin haber tenido
ningún antecedente de milagros realizados por Él.
6. No
entiendas todo el proceso.
De esta historia bíblica podemos sacar una lección de obediencia:
Escuchar las palabras de Jesús y hacer su voluntad. La obediencia interior nos brinda crecimiento exterior.
Una actitud dura es una enfermedad
terrible. Produce una mente cerrada y un futuro oscuro. Cuando la actitud es
positiva conduce al crecimiento, la mente se expande y comienza el progreso.