La sal y el gusto
La
comida sin sal no tiene sabor. Puedes ilustrarlo al darle a los niños dos
tazones con palomitas de maíz, una con sal y la otra sin sal. Pídele
que pruebe los dos y decida cuál de ellos sabe mejor. Cuéntale que Jesús
dijo que si la sal pierde su sabor –su salinidad– solo sirve para ser
tirada y pisoteada. Deja que los niños prueben galletas con y sin sal.
Pregúntales, “¿Cómo te gustaría comer si nada tuviera sal? También puedes
preguntarle, “Jesús dijo que nosotros somos la sal del mundo. ¿De qué
forma, nosotros los creyentes, podemos darle sabor a este mundo?”
La sal y el hielo
Cuando
cae nieve o cuando las calles o las veredas tienen hielo, las personas
espolvorean sal en el pavimento para derretir el hielo. Dale a los niños
un tazón con hielo triturado y un salero. Pídele a los que salen el
hielo y vean cómo se derrite. Dile, “El amor de Dios puede derretir un
corazón congelado por el odio o la tristeza. Podemos amar a los demás,
con el amor de Dios, y ser la sal en la vida para otros”. La sal sobre
el hielo permite que sea más seguro caminar. Dile a los niños
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