¿Cuán importante es que nos presentemos al Señor?
¿Realmente importa si lo hacemos o no?
Cuatro razones por
las cuales debemos consagrarnos al Señor
1. Para que andemos en la senda
del Señor
Antes de ser salvos, nos comportábamos según
nuestra propia manera, tomábamos nuestras propias decisiones y escogíamos
nuestra propia dirección. Sin embargo, después de ser salvos, Dios desea que
andemos según Su senda, le sigamos y seamos guiados por Él. No obstante, si no
nos entregamos a Él, ¿cómo sabremos cuál es Su senda? ¿De qué manera nos puede
Él guiar? Consagrarnos a Él nos guarda en Su senda y nos salva de tomar nuestra
propia senda. Podemos orar: “Señor, no quiero tomar mis propias decisiones o
tomar mi propia senda. Quiero ser guardado en Tu senda. Así que Señor Jesús, me
entrego a Ti”.
2. Para que crezcamos en vida
En cualquier clase de vida física, después del
nacimiento viene el crecimiento. Del mismo modo, cuando Cristo entra en
nuestro ser Su
intención es que Su vida divina en nuestro ser crezca. No obstante, cualquier
tipo de vida, aún la vida divina de Cristo en nuestro ser, necesita el ambiente
apropiado y la oportunidad de crecer.
Rendirnos al Señor le provee la mejor oportunidad
para que Su vida crezca en nosotros. A medida que rendimos cada parte de
nuestro ser y cada aspecto de nuestras vidas a Él, le damos a Su vida la mejor
oportunidad de crecer en nosotros.
Entregarnos al Señor o no, marcará una gran
diferencia en nuestra experiencia con Cristo. Cuando nos abstenemos de
entregarnos al Señor y no nos consagrarnos a Él, es probable que no tengamos
ningún sentir de que está mal practicar ciertas cosas. Nuestra falta de
consagración estorbará a la vida que está en nosotros. La vida en nuestro ser
sencillamente deja de funcionar bien debido a que no se tiene la oportunidad de
crecer y desarrollarse.
Sin embargo, cuando nos rendimos al Señor, le
proveemos la mejor oportunidad para que Su vida crezca y se desarrolle en
nuestro ser. Espontáneamente podemos sentir lo que le agrada a Él y lo que no
le agrada, lo que es de Dios y lo que no lo es. Esta sensación viene cuando la
vida divina de Dios en nuestro ser comienza a funcionar. Nuestra consagración
es la que activa esta función de vida que nos da el
sentir de la vida de Dios en nosotros. Mientras seguimos y obedecemos a Dios por medio de este
sentir, crecemos en la vida divina de manera verdadera y práctica.
3. Para que Dios pueda obrar en
nosotros
Antes de que intentemos obrar para Dios, es necesario
que Dios obre en nosotros. Aunque somos salvos, debemos admitir que todavía
Dios tiene mucho por obrar en nosotros a fin de conformar nuestros
pensamientos, sentimientos, decisiones y nuestra disposición interna —todo
nuestro ser—a la imagen de Su Hijo.
Dios es ciertamente omnipotente, pero en Su
relación con nosotros, no actúa como un dictador. Él respeta nuestra voluntad
humana y no impone su obra en nosotros. Él desea y necesita nuestro
consentimiento a fin de obrar libremente en nosotros. Nuestra consagración es
nuestro consentimiento.
Debido a que Dios solamente obrará en nosotros si
se lo permitimos, esto explica cómo una persona puede ser salva de forma
genuina por años y aun así tener poco o nada de crecimiento en la vida divina y
experimentar muy poco cambio en su ser. Dios esperará hasta que le permitamos
forjarse en nuestro ser para Su
propósito.
Así que
en vez de dejar pasar el tiempo o resistir Su obrar en nosotros, podemos orarle
al Señor: “Señor te doy permiso de que obres en mí. Me ofrezco a Ti
voluntariamente. Señor, Te abro las puertas de mi corazón. Entra a cada parte
de mi corazón y confórmame a Tu Persona amada en todo sentido”.
4. Para que disfrutemos las riquezas de la
salvación de Dios
La
salvación de Dios está llena de riquezas. Ciertamente, incluye ser salvos de la
perdición eterna, pero la salvación de Dios abarca mucho más. Cuando fuimos
salvos, Dios nos bendijo en Cristo con toda bendición espiritual. La vida
divina, la humanidad perfecta y el vivir perfecto de Cristo, Su muerte
efectiva, Su resurrección poderosa, Su victoria sobre Satanás, Su ascensión
sobre todas las cosas: todas nos pertenecen. Sin embargo, si no nos consagramos
a Él, no hay manera de que seamos introducidos al disfrute de todas estas
bendiciones. En realidad, las tenemos, pero para que las podamos
disfrutar es necesario que nos consagremos a Dios.
En este sentido, la consagración es como un portal
o una puerta. Para entrar a un edificio, debemos primero entrar por la puerta.
Si no lo hacemos, no importa cuántas cosas maravillosas nos esperen al otro
lado, no las podemos disfrutar o participar de ellas. Las cosas están allí,
pero nosotros permanecemos afuera. La consagración es la puerta para que
entremos y disfrutemos todas las riquezas de la salvación de Dios. Cuando nos
entregamos al Señor, Él nos llevará a experimentar las riquezas de estas
bendiciones ricas de la salvación completa de Dios.
Podemos orar: “Señor, no solamente deseo saber
acerca de Tus riquezas en cuanto a la salvación; quiero disfrutarlas. Así que,
aquí estoy, me entrego completamente a Ti. Te pertenezco. Guíame por Tu
Espíritu a la experiencia y disfrute de todo lo que Tú tienes para mí en Tu
salvación”.
¿Cómo tomar el siguiente paso?
Al
ser salvos hemos
completado el primer paso de nuestro recorrido espiritual. ¡Le damos gracias al
Señor por eso! Pero éste es solamente el comienzo. El próximo paso es
consagrarnos al Señor. Cuando lo hagamos, Dios nos guardará en Su senda,
creceremos en Su vida, permitiremos que Dios obre en nosotros y disfrutaremos
las riquezas de Su salvación.
Sea que tengamos poco o mucho tiempo de ser salvos,
cada uno de nosotros podemos entregarnos al Señor. Aún si nunca habíamos
escuchado acerca de la consagración, aun así podemos presentar nuestros cuerpos
al Señor hoy mismo. ¡Él está alegre y dispuesto a recibir nuestra consagración
a cualquier hora!
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