¿QUÉ ES?
El nacimiento de un niño es un evento que nos
emociona y nos hace feliz y todos sabemos que es el principio de una nueva
vida. Nunca diríamos que es el final o una conclusión.
Lo mismo ocurre con nosotros los creyentes. Ser
salvos y nacer
de nuevo con la vida de Dios es ciertamente algo maravilloso y de gran gozo.
Sin embargo, no termina aquí. Nuestra regeneración es tan sólo el comienzo de
nuestro recorrido espiritual. Y de igual manera que es necesario que un bebé
crezca y se desarrolle, es necesario que nosotros los cristianos avancemos paso
a paso en nuestro desarrollo espiritual.
Después de ser regenerados, la próxima etapa en
nuestro largo recorrido espiritual de toda la vida, es presentarnos u
ofrecernos al Señor, lo cual significa consagrarnos a Él.
¿Cuál es el significado de la
palabra “Consagración”?
La palabra consagración
no es una palabra que se utiliza con frecuencia, aun así, es posible que
tengamos un concepto de lo que significa. En la religión, la palabra consagración
se usa en relación al ordenamiento oficial de una persona que está a punto de
ser un predicador, sacerdote o misionero. Este uso implica que la consagración
es solamente para una categoría especial de personas.
Sin embargo, la consagración revelada en el Nuevo
Testamento es para todo creyente en Cristo. No es solamente para
aquellos cristianos que poseen un gran conocimiento o para los que se
consideran maduros. De hecho, como veremos más adelante, no podemos conocer la
vida de Cristo de forma subjetiva en nuestro ser o alcanzar la madurez
espiritual sin antes habernos consagrado al Señor. Esto se debe a que la
consagración es la base de cada experiencia espiritual.
Así que, ¿Qué significa la consagración? La
consagración es entregarnos al Señor para ser “un sacrificio vivo” como dice
Pablo en Romanos 12:1.
“Así que, hermanos, os exhorto por las compasiones
de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo,
agradable a Dios, que es vuestro servicio racional”.
En el Antiguo Testamento, un sacrificio era algo
separado para Dios y se ponía en el altar. Cuando las personas ofrecían algo a
Dios, ya no le pertenecía al que lo ofrendaba o sacrificaba. Le pertenecía a
Dios para su uso y satisfacción.
Hoy día cuando nos consagramos al Señor, llegamos a
ser un sacrificio vivo. Abandonamos nuestras pretensiones y nos entregamos
completamente en las manos del Señor. Anteriormente, nuestra vida era para
nuestro uso y satisfacción; ahora es para Su uso y Su satisfacción.
Cuando nos presentamos delante del Señor como un
sacrificio vivo, sencillamente estamos declarando: “Señor Jesús, soy para Ti.
Ya no me pertenezco a mí mismo, al mundo o a cualquier otra cosa. Soy para Tu
uso y Tu satisfacción”.