Lectura: Salmos 150:1-6
El último de los Salmos, no solamente
es una de las más bellas muestras de la poesía judía, sino que también nos
brinda una gran lección en cuanto a la adoración hacia Dios. Nos indica
donde alabar, cómo hacerlo, por qué hacerlo y por supuesto, a quien debemos
dirigir esa alabanza.
- ¿Dónde alabamos? En el santuario de Dios y en su
poderoso firmamento (Salmos 150:1). Lo que invita a alabarle
dondequiera que estemos, debido que Dios es el Creador de todas las cosas.
- ¿Por qué le hemos de alabar? Porque Dios es
Todopoderoso y Majestuoso “¡Alábenle por sus proezas! ¡Alábenle por su
inmensa grandeza!” (Salmos 150:2). Nuestro Dios sustenta todo el Universo
(Colosenses 1:15-20).
- ¿Cómo debemos alabarle? En voz alta, suavemente,
conciliadoramente, con entusiasmo, espontáneamente, sin temor. Dicho
en otras palabras, podemos alabar a Dios de muchas formas y en muchas
ocasiones (Salmos 150:3-5).
- ¿Quién debe alabar? Todo lo que respira (Salmos
150:6), jóvenes, adultos, niños, débiles, fuertes, es decir toda criatura
viva alabe al Señor.
La voluntad de Dios es que todo aquel
a quién Él ha dado aliento de vida, use ese aliento para reconocer su poder y
grandeza.
- La alabanza es nuestra expresión sincera de gratitud
a Dios.
- La alabanza es el reflejo de un corazón gozoso.
“¡Todo lo que respira alabe al Señor!
¡Aleluya!” (Salmos 150:6).
A TRABAJAR CON LAS MANOS:
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